Opinión

¿Paredes? Más bien sentimientos

En aquella época de oscurantismo, cuando cualquier palo de agua dejaba decenas y hasta cientos de damnificados, no se entendía, desde afuera, por qué la gente se empeñaba a regresar a su rancho, a sus cuatro bloques y sus tres láminas de zinc.

Y es que cuesta entender cuando se ve el hecho en sí y no su proceso, su historia, las vinculaciones humanas.

Para quien se formó en el barrio, tiene claro, por lo menos en el corazón, que los cien, quinientos o mil quinientos escalones entre la calle principal y el rancho es un largo camino por el que se deben subir los ladrillos de diez en diez, sobre el hombro, en una cadena de hormigas. La arena se arrea en tobos, y los sacos de cemento se llevan a la espalda cual burros de carga.

Además cada ladrillo, cada tobo de tierra, cada cabilla, cada saco de cemento, costó días, semanas y hasta meses de trabajo, de ahorro, de dinero parido en un combate con el patrón quien siempre esquilma tu trabajo.

Y es así, como surge esa casita humilde, ese rancho, esa favela, ese sencillo hogar ha sido el resultado de años de trabajo, de esfuerzo físico y espiritual, de quitarse el pan de la boca para garantizar el bloque o el lavamanos. Allí hay no sólo materiales, allí está la vida, el sentimiento, el amor, la pasión de una familia.

Hay una historia de sin sabores, de alegrías, de sacrificios, de algún hijo parido bajo ese techo golpeado, y quizás agujereado por una bala fría. Entre esas humildes paredes hay vida compactada, resumida.

Por eso, la Misión Barrio Nuevo Barrio Tricolor tiene un impacto en cada pared que se toca. En esos muros de ladrillos que llevan expuestos al clima y sin friso, décadas, porque ese revestimiento que garantiza la impermeabilidad y la duración de la vivienda, es costoso, muy costoso.

Cada ventana es parte del alma, y una puerta sólida no es precisamente un regalo del Niño Jesús. Y esas puertas, allí en el barrio, son puertas solidarias que se abren porque todos los que allí viven saben del dolor y el sacrificio que hay detrás de cada una de ellas.

Esas calles del barrio, que durante tanto tiempo han sido de tierra, que se convierten en lodazales tras una lluvia, al convertirse en calzadas sólidas, con torrenteras y canales para el agua de lluvia, transforman el camino a esa casita fruto de la vida de los abuelos, los padres y los hijos.

Y observemos algo: uno de los elementos más apreciados en cualquier barrio es un tanque de agua. Para la mayoría de las familias, ese tanque es casi un lujo.

Por eso antes costaba irse, porque estábamos dejando atrás un trozo de vida, afectos y dolores. Eso no es fácil.

Aquí cabe otro elemento: en el marco de la Gran Misión Vivienda Venezuela (GMVV) el gobierno ha decidido que sea la gente, el Poder Popular, quien le meta el hombro, el sudor y el amor en la construcción de sus propias viviendas.

Esas casas no serán vendidas luego por cuatro lochas, esas viviendas no se dejarán deteriorar, porque quienes las habitan las aman, fueron fruto de sus manos, de su esfuerzo. Lucharán por ellas, pelearán por ellas.

Y ahora, cuando lo extraordinario se ha hecho cotidiano, no entendemos por qué ese millón de viviendas que se habrán construido para finales del año, significan tanto para mucha gente, y muy poco para algunas cuantas.

Y en esto último hay que detenerse un momento: hay personas que llegan a los apartamentos o las casas porque tienen un amigo aquí o allá, o porque alguien se dejó “mojar la mano” y lo metió en la lista (recordemos que no hay nada químicamente puro y este proceso socio-político está compuesto por seres humanos formados dentro de la más dura filosofía neoliberal). Estas personas ven el inmueble no como un hogar sino como un bien, es decir algo sujeto a las leyes del mercado, lo ven como una mera propiedad y allá el Gobierno que se empeña en darlo con uno o dos años muertos y cómodas cuotas de pago. Cuando no es que el nuevo inquilino cree que es una “mera obligación de papá Estado”. Este grupo, siendo el minoritario, empaña, ensucia, contamina, los sentimientos de la mayoría de los beneficiarios de la GMVV.

Con todo, es hora de seguir promoviendo el sentimiento de amor, de solidaridad. Es tiempo de aumentar los mensajes a través de medios para promover lo que la gente sueña, lo que siente, lo que vive, tras sus cuatro paredes y su techo. Ahora reforzados, pensados para darle calidad de vida.

Esta época de luz debemos extenderla, mostrando el corazón de las personas, enseñándolas en sus casas nuevas y en sus viviendas remozadas, humanizadas, transformadas. Seguro tenemos miles de testimonios qué recoger, qué mostrar. Es una urgencia porque sólo reconociéndonos en nuestros sentimientos, en nuestra historia social, en lo que somos podremos fortalecer las bases de nuestra Revolución Socialista.

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