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11-S Y EL HORROR

Freud y Jung viajaron a USA, invitados por la Clark University. En el puerto de New York, Karl dice: “Veo la estatua, pero ¿dónde está la libertad?”. Freud contesto: “No se dan cuenta de que les estamos trayendo una plaga” (el Psicoanálisis). No fue así, asimilaron muy bien la lección. Por eso, un fetichismo mórbido recoge la fascinación de su cine (ver Woody Allen). Una repugnancia maravillosa presente en sus imaginarios, se desprende hacia su inconsciente colectivo. El Americano es del orden del acontecimiento cataclísmico que parece acompañarlo desde el nacimiento. Un milenarismo fatalista es la base de la tragedia cotidiana del personaje en cualquier Filme. La vida del “perdedor” (como suelen llamar al ciudadano corriente), o el villano antihéroe; da lo mismo, puede resumirse de esta manera: “Mi mamá no me quería, mi papá me manoseaba. Se burlaban de mí en el colegio. No tuve novias bonitas”. En las pantallas grandes y chicas hay asesinos en series y series de asesinos, para grandes y chicos. Esta cultura se ha trasladado al mundo del Cyber-espacio, está sembrada en los más recónditos vericuetos de la subjetividad colectiva. De manera que la mesa está servida, no en balde, más de 100 años de bombardeo mediático sobre el deseo y la conciencia. New York es un tinglado, una escenografía, para el turista, una experiencia Onírica, un Deja Vu. Basta con estar frente a La Catedral de San Patricio e imaginar que de un momento a otro nos salta encima el Hombre Araña; o, levantar la vista y toparse con el Empire State y ¡Oh Dios sea loado!, dar con la sorpresa de que hoy no está colgado King Kong. De modo que lo único que cambia es la escala de las cosas. Para Zizek, New York es a Los Americanos un doble Real. Dicho en términos coloquiales: una suerte de agujero negro con universos mellizos o “ventana indiscreta” que muestra que la vida puede ser aún más miserable, habitada por el horror fortuito de un Godzilla o un Bin Laden, que venga a sacudirnos de miedo alterando nuestra vida cotidiana (a menos que los rudos tomen el control e impongan el mal necesario: la sociedad del control). Los signos hiper-reales del Real cinematográfico son marcadores de la indefensión en la que sobrevive un pueblo sometido a la explotación del trabajo y a la explotación secundaria de la ideología dominante, que hace llevadera la más abyecta coerción política. El exceso traumático y obsceno de estos imaginarios, a los que no pueden escapar, son el sustrato del horror de la pesadilla del 11-S. La abominable tragedia no hizo más que reafirmar el macabro imaginario de un pueblo sometido al pánico, por el verdadero horror: “vivir al interior de un Imperio”. Por ello mismo cada día cobran más fuerza las teorías conspirativas que hablan de “un oportuno evento planificado desde el propio corazón del monstruo”. La maleva espectacularidad de este desdichado suceso, ha sido la cama para el morboso regodeo de las cadenas de TV. Para que el poder anuncie desde allí la amenaza y la guerra, desde un estandarte simbólico que justifica cualquier atrocidad en “la lucha contra el terrorismo”, con toda su secuela de muerte y destrucción. Dice Zizek: “Para Los Americanos, el drama del 11-S casi fue escrito para causar un trauma permanente, de carácter triple. 1) El acontecimiento cataclísmico propiamente dicho en la primera dimensión de lo Real, las fálicas torres derrumbándose y así América perdiendo su virilidad. 2) En lo imaginario, los fantasmas populares sembrados sobre la destrucción orgiástica de NY haciendo erupción en la realidad, para que la vida pase a ser un simulacro sin sentido. 3) La intensificación mediática de lo ideológico y su forma de simplificación simbólica para cerrar la brecha transdimensional” y hacer que un pueblo viva en el miedo.

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