Opinión

Los bachaqueros

Como lo habrán observado los lectores dominicales, me he apoyado en textos correspondientes al proceso que terminó con el derrocamiento y muerte del presidente Salvador Allende (11-sep-1973), decidido, orientado, y parcialmente ejecutado desde Washington, según queda demostrado en los 24 mil documentos que el presidente Clinton ordenó desclasificar y copia de los cuales entregó al gobierno chileno.

Debe quedar claro para quienes han seguido estas lecturas que hasta las condiciones objetivas y subjetivas para intentar el golpe de estado, fueron creadas desde afuera, y gradualmente fueron penetrando a esa sociedad, comenzando por la infiltración de sus fuerzas armadas.

De alguna manera, todo se ha intentado en Venezuela desde hace años, pero fracasaron otra vez, y les seguirá ocurriendo mientras persista la unidad cívico-militar, se refuerce el nivel de conciencia y de organización en el Psuv, en las fuerzas populares y sindicales, en la institución armada, se perfeccionen los servicios de inteligencia, el timón se maneje sin vacilaciones, pero con prudencia, y estructuras como la Celac, la Unasur y la Alba sigan siendo baluartes de la solidaridad regional.

Debe llamar la atención que la AMB (Aviación Militar Bolivariana) aparezca como vulnerable ante quienes persisten en la conspiración para penetrarlas. Es tiempo de la reflexión de su Estado Mayor y el Alto Mando Militar. ¿Por qué tantos jóvenes opositores han ingresado a la Aviación? ¿Una penetración programada?

Punto y aparte. Ahora les transcribo un párrafo de una novela: “La casa de los espíritus”, de Isabel Allende (1982), que resume el desabastecimiento en Chile antes del golpe de estado. Solo falta la figura de los bachaqueros, denominación venezolana, uno de los factores responsable de la escasez, que no ha sido posible combatir exitosamente. Por el contrario, por lo que uno escucha, parece que permanentemente emergen diversas formas de su desempeño que mantienen nutridos los anaqueles caseros. Por si acaso.

Lean si no:

“El pueblo se encontró por primera vez con suficiente dinero para cubrir sus necesidades básicas y comprar algunas cosas que siempre deseó, pero no podía hacerlo, porque los almacenes estaban casi vacíos. Había comenzado el desabastecimiento, que llegó a ser una pesadilla colectiva. Las mujeres se levantaban al amanecer para pararse en las interminables colas donde podían adquirir un escuálido pollo, media docena de pañales o papel higiénico. El betún para lustrar zapatos, las agujas y el café pasaron a ser artículos de lujo que se regalaban envueltos en papel de fantasía para los cumpleañeros. Se produjo la angustia de la escasez, el país estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban a la población sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba lo que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro.

 
Se paraban en las colas sin saber lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo necesitaran. Surgieron profesionales de las colas, que por una suma razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todos lados y por mucho que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar…”.

Cualquier semejanza no es pura coincidencia. 

 

 

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