Opinión

Linchamiento

Ese día en la mañana, “Stefy” fue a prender su camioneta y no encendió. Llamó al mecánico de confianza de la familia y éste no le contestaba el teléfono. Ese día no tuvo más opción que bajar de su edificio, caminar dos cuadras y entrar en la estación del metro de Altamira para dirigirse a Bellas Artes a encontrarse con unos compañeros de Argentina que venían a unas exposiciones de arte y a quienes Estefanía debía recibir y atender… Hacía tiempo que ella no usaba el metro.

La chica pensaba aprovechar la oportunidad de hablarles a los argentinos de la “dictadura venezolana” y por ello salió con su gorra tricolor y con una franela de Primero Justicia que le habían regalado hacía años y que usaba muy poco.

Se subió al metro y se instaló a leer un libro de biología, en su teléfono, en formato PDF. Distraída con la lectura e inexperta en el metro, no se percató de que había dejado atrás a la estación Bellas Artes y que estaba ya en La Hoyada, en el Centro de Caracas.

Cuando se percató de su error, se bajó inmediatamente y se disponía a agarrar un taxi para llegar al Museo de Ciencias a tiempo, pues los retrasos en el subterráneo no le iban a permitir llegar pronto a su destino. Pensó “¿Por qué tendré que ser así, tan distraída?” y siguió adelante. Al salir de la estación se sintió nerviosa, había mucha bulla, mucha gente y una música a todo volumen y ella estaba acostumbrada a la vida silenciosa de Altamira.

Al doblar la esquina de pronto se encontró con que había una pequeña concentración chavista, un muchacho al verla gritó: “Agárrenla, es una escuálida” y al poco tiempo mucha gente la estaba rodeando, una señora de inmediato la haló por el cabello con fuerza y una chica con los ojos desorbitados y mucha rabia acumulada le daba fuertes puñetazos en la cara. Ella pedía auxilio, gritaba de todo, estaba desesperada, aterrorizada y seguía sintiendo golpes en la cara, en la cabeza, en las costillas. Un gordo de barba le decía: “Te tienes que morir por escuálida, eres una mierda, tienes que morir, maldita”. Estefanía, por más que gritaba, era como que si nadie la escuchara.

De pronto la música se apagó y comenzó a sonar fuerte un sonido alarmante y repetitivo, aunque no era la sirena de una ambulancia ni de la policía.

Poco a poco se fue dando cuenta… Era el sonido de la alarma de su teléfono, y se despertó Estefanía en su cama, en Altamira, intacta, completamente a salvo, bañada en lágrimas y con el corazón agitado.

Su pesadilla fue absolutamente absurda, como lo son muchas. Afortunadamente, el chavismo jamás sería capaz de tamaña atrocidad.

Sin embargo, nosotros, los chavistas (y quienes lo parecen), tenemos que estar muy pendientes de que no se nos pase la estación, no vaya a ser que nos toque pasar cerca de la gente decente y pensante de este país y terminen quemándonos vivos democráticamente, con anuencia de la Fiscal General de la República.

Venezuela no merece esas pesadillas, vamos a Constituyente.

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